Guardamos cosas. Unos pantalones que hace 20 años que no nos ponemos. Una caja de fósforos que nos dieron, una vez, en una cafetería. Las llaves de una casa en la que ya no vivimos. La vieja agenda que usábamos en la universidad. La entrada de un museo o el resguardo de un billete de avión.
Es el guardar informal. Sin demasiado sentido. Simpemente son cosas que somos incapaces de tirar.
Distinto es guardar formalmente. Las fotos de nuestra infancia. La colección de Tintines. El reloj que heredamos del abuelo. Un billete de quinientas pesetas. La medalla de la primera comunión. Un recorte de periódico que habla de nosotros. La necrológica de un ser querido.
Guardamos en casa. Guardamos en el trabajo. Incluso en el bolsillo interior de un abrigo. Para darnos, un día, la sorpresa.
También es verdad que a veces salimos corriendo. Sin darle demasiada importancia a lo que podemos dejar atrás.