LA NIEBLA, EL PUENTE Y YO
( Una historia imaginada sobre una foto de Rosa Blanco)
La radio se puso en marcha a las 8
como de costumbre, pero yo estaba despierto, llevaba ya horas sin pegar ojo,
los números del reloj de mi mesita los veía pasar como el que pasa las hojas de
un libro interesante.
Mi mente era una locomotora de
pensamientos, ni buenos ni malos , sólo confundibles entre sí, lo que era bueno
al momento ya no lo era, lo que me apetecía, después lo rechazaba.
Debía de salir, las paredes se
estrechaban para presionarme y el techo se bajaba para aplastarme. Mi nevera
esta vacía pero daba igual pues mi estomago no tenia sensación de hambre. Una
ducha me vendría bien para despejarme y con agua fría mejor. Era diciembre y en
Valladolid la temperatura del agua no estaría por encima de los siete grados.
Al abrir el grifo mi piel se encogió y mi vello se quejó, pero yo aguanté como
cinco minutos. Terminé de vestirme me puse el abrigo negro de franela, mi gorra
y el bolso donde sueño llevar mis cosas.
Al salir del portal, la niebla golpeó
mi cara como un impacto envolvente y cegador, la luz blanca de la bruma impedía
ver mas allá de la acera. Parecía que estaba caminando entre las nubes, pero
tocando suelo firme.
Como no quería ir a ningún lugar, me
dejé llevar por mis piernas aleatoriamente a donde ellas quisieran llevarme. Caminando
con precaución para no colisionar con ningún transeúnte fui atrapando metros
con el tiempo. Llegué al Puente de Poniente y frené, giré mi cuerpo a la
derecha y me apoyé contra la barandilla. Miré hacia abajo, ignoro cuantos
metros tiene de alto, no muchos, pero lo suficiente como para matarme o
quedarme invalido si me lanzara al vacío.
Allí quedé no se cuanto tiempo, me
daba igual no pensaba mirar el reloj, sólo estaba pendiente de como quitarme
esa lucha de pensamientos que batallaban en mi cabeza unos contra otros.
Dejarme caer, podía ser una solución
feliz, una solución que acabara con mis reflexiones rápidamente. Levanté una
pierna sobre la barandilla, después la otra. Me quedé sentado sobre ella
dejando mi cuerpo vislumbrando el suelo por donde pasaba algún transeúnte que ignorándome
miraban de reojo.
Yo aguantaba, me sentía cómodo, parecía
mas liberado, mi cuerpo empezaba a reaccionar positivamente. Levanté el rostro
para ver el infinito, pensando que sólo vería el cuerpo volátil de la bruma,
pero ya se deslumbraban los edificios próximos, la catedral y el Pisuerga.
Me quedé como aletargado
deleitando la transformación que el paisaje iba experimentando por minutos. De la suavidad de las formas a las duras
luces y oscuras sombras. El sol estaba fuera, radiante, poderoso y yo colgado
de un puente como un suicida cualquiera.
De repente me di cuenta de la situación
, intento pensar y puedo, intento organizar mi mente y puedo, pienso donde
estoy y salto de un fuerte impulso hacia atrás, a la acera de donde empecé a
caminar bajo el sol.
Voy ligero, alegre, intuitivo,
contento, vigoroso, seguro de mi mismo, con las ideas claras. La oficina donde trabajo,
hace 3 horas que han empezado, saludo a mis compañeros y a la pregunta sobre mi
tardanza la respuesta fue directa ,fue la niebla.
Texto Xavier Ferrer
Chust
Foto de Rosa Blanco
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