jueves, 28 de febrero de 2013

La marea

Avanza la marea y desde la más punkie de las crestas hasta el ama de casa que recién secó el último de los platos desfilan sin prisa por las calles de Madrid. Todas las siglas, los colores, los modos de vida. Todas las lenguas y formas de entender el equilibrio entre los individuos y las colectividades. Sólo una ausencia, la de las élites económicas que tanto y tan poco tienen que ver con esa lenta corriente que, semisólida, todo parece llevar.



Y la ola avanza, no bajo el estrépito de la tormenta, sino de una banda sonora que lentamente pasa del ritmo de los tambores al caos de pitos y cánticos, como una radio a la que con parsimonia se le revisan los tesoros que esconde su dial.



Y al final de su camino la ola rompe contra la escollera y se disuelve. Movimiento mil veces repetido, nada nuevo bajo el sol, piensan los de arriba. Habrá más y pasarán. Pero las formas del mundo se han forjado de esta manera, y no hubo piedra tan resistente que quedara en su lugar.

miércoles, 20 de febrero de 2013

¿Nos vamos?


- ¡Vale! Pero nos tenemos que ir a Puerto Rico. Solo ahí, con un poco de suerte, puedan aceptarnos. Seguir aquí es un suicidio social. ¿Lo ves?
- En realidad, solo quiero estar junto a ti. Ni se cuanto tiempo puede durar eso.
- Ese es el tema. Igual aguantamos un par de años. Lo que duren las chispas de ahora. Pero un proyecto ni nos lo dejarán hacer.
- ¿Pero que haremos en Puerto Rico?
- Imagino que, al principio, tomar el sol y pescar al atardecer. Pero tu tienes una profesión. Yo también. Terminaremos haciendo lo de aquí.
- ¿Te atreves?
- ¿Tu?
- ¿Vamos?
- Compro los billetes.


domingo, 3 de febrero de 2013

Febrero 2013

Cualquier intento de escribir esta tarde dominguera de primeros de Febrero y no hacer referencia a lo que está pasando se me ocurre casi inmoral.
Ya no es solo el convencimiento de los misiles directos a un cierto estado solidario, que no de bienestar. Ese no lo hemos tenido nunca.
Ver que, además, durante tantos años, mientras largaban un discurso de ciudadanía y democracia, estafaban sin pudor ni vergüenza.
Llenos los bolsillos de nuestros esfuerzos.
¿Que va a pasar con esa cantidad de jóvenes a los que se les puede escapar el futuro?
¿Y esos adultos que han dejado sin la segunda oportunidad?
¿Que va a pasar con nosotros? Con todos nosotros.
Es una lucha entre clases sociales. Los pocos que poseen casi todo contra los muchos que casi no tienen nada. 
La clase media, atontada, engañada, adormilada, confía en su oportunidad. Pero es un espejismo. Desaparecerá.

Habrá que volver a las barricadas.

 Me pilla cansado para liderar. Pero si me arrastran, ahí nos encontraremos.

No son las escaleras de Serguéi Eisenstein, pero, a mi, me valen.




viernes, 1 de febrero de 2013

Las torres imposibles

Dicen que el pasado es un país extranjero y no me cabe duda de que es así. Quizás cuando las distancias del tiempo y de la geografía se combinan es cuando surgen las sensaciones más sorprendentes y desconcertantes, más divergentes con lo que experimentamos en nuestro día a día.

Torres Asinelli y Garisenda (Bolonia)
Piazza del Comune (Viterbo)

Algo así es lo que me ocurre con las torres medievales italianas, esas agujas sin sentido, de estrechez imposible para su altura, la cual en muchos casos parece en mi opinión negar su declarado propósito defensivo. Muchas han desaparecido ya -Bolonia llegó a tener 180 en su tiempo, en lo que parece la versión medieval del a ver quién la tiene más larga- pero las que sobreviven me dejan boquiabierto o al menos descolocado, aunque sean tan modestas como la de Viterbo.












No sólo su altura y estrechez me fascinan sino que, junto al resto de edificios que las acompañan, me retrotraen a un tiempo donde todo parece funcionar de otra manera. Si bien el tamaño como ostentación de riqueza y poder se mantiene a través de los siglos, hay una atención al detalle y, sobre todo, una vez llegado el Renacimiento, una elegancia alegre que parece haberse perdido por completo en nuestros días.



Torre dei Lamberti (Verona)


Hoy parece tenderse a asociar la elegancia a la sobriedad y la falta de color, mientras que la Italia medieval me transmite alegría de vivir sin perder gusto y esa delicada exquisitez junto a la sensación de que, incluso los más grandiosos, en aquellos tiempos levantaban edificios para el disfrute de las personas, no para el pasmo de las naciones.